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domingo, julio 09, 2006

Homenaje al Superman ....de la antipoesía


Parra, me konvencí, no kree en la muerte; él la va a enterrar y le recitará su poema de Lázaro, y si aún así no komprende su 'inmortalidad', la rematará con un epitafio:

“me gustas kuando callas”


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MUCHOS SE PREGUNTAN si está vivo Nikanor Parra.

Les digo que sí, igual que Neruda, la Mistral, Vicente Huidobro, De Rokha, Gonzalo Rojas, Oscar Hahn, Jorge Teillier, Enrique Lihn y pare de kontar.

Sólo que atraviesa las noches en Las Kruces Kon la Kalavera de Hamlet en el Pacífico chileno; y en un mundo lleno de terror, es el único poeta autorizado para detonar artefactos, poéticos indudablemente.

Parra, me Konvencí, no Kree en la muerte; él la va a enterrar y le recitará su poema de Lázaro, y si aún así no comprende su 'inmortalidad', la rematará con un epitafio: me gustas cuando callas.

Hijo del insomnio nerudiano, NiKanor Parra, lorquiano de corazón y parriano por obligación, vino a este mundo a pedalear por el hondo y peludo kamino de la poesía entre rosas y espinas, violetas y nomeolvides, desde San Fabián de Alico a Oxford, pasando por La Reina, el Pedagógico de la Universidad de Chile, Nueva York, Pekín y Moscú.

La entrada a Estocolmo se le negó dos veces antes del kantar de un gallo; aún así, el muy bribón también lo niega. No hay primera sin tercera, y Nikanor va otra vez a la pecera de Estocolmo.

Pero ahí está aún, vivito y koleando, hombre de primeras planas en un país en que la poesía naufraga komo una prima donna por la Vega Central, quiere flores señorita, del brazo de un kabo de la comisaría de Renca, huérfana, pálida, enjuta, llena de amores y absolutamente olvidada hasta por los cementerios.

Es uno de nuestros grandes mitos en extinción como el desastre de Rancagua, la inmortal gloria del fracaso.

A Nikanor, antes de morir, el municipio debiera entregarle las llaves del cementerio para que haga a solas sus arreglos, explike las tardanzas, se komunique con sus kolegas, les kuente cómo está la kosa en tierra firme y los entere del smog, un oxígeno que los chilenos disfrutan como si ya todos estuvieran enterrados.

Un último servicio del poeta sería escribir una Oda al smog y recitarla bajo tierra, porque éste es en verdad uno de los grandes vicios del mundo moderno, asfixiarse por cuenta propia.

La voz gangosa y más famosa del Chile poético del siglo XX le acompañaría en un dúo subterráneo.

El país podría recoger de la atmósfera el suficiente material para hacer y exportar bombas lacrimógenas, ya que es un exportador neto hasta de lombrices.

¡A globalizar el mercado del smog, una de las tareas de la antipoesía!

Nikanor Parra se muere de la risa con Hamlet en Las Kruces. No le teme kruzar el río, dice, al otro lado estará Roberto, su hermano, esperándole con su guitarra y la Violeta, la viola chilensis, en un kanto profundo de dolor y tierra.

La vida es un guijarro kallado y alegre.



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El hombre está tokando aún la Kueca más larga de Chile, es un poeta long play. Simplemente un larga duración.

Se ha deklarado inmortal y no acepta velas, ningún entierro. El hombre que dijo, entre Huidobro, Neruda y de Rokha, que él no tenía velas en ese entierro, sigue vivo y koleando, pulsando lo cola del dragón de la poesía.

¿Quién dijo que la poesía estaba en un ataúd lleno de rosas lista para ser enterrada?

Sigue Kreciendo en los viñedos de Parral, en el Valle de Elqui, Kartagena, bajo el smog de Santiago flotan sus raíces, y en Las Kruces vive con la muerte.


PARRA, EL ÚLTIMO RETÓRICO


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Nikanor Parra es como el bolero, está siempre despidiéndose. El hombre estruja los kalcetines de su poesía. Le arranka la propia retórica, un último grito al cisne y las cenizas del Ave Fénix son parrianas.

Upa, chalupa, le dice a la antipoesía. Se retira, pero sigue jugando. Pacta con Las Kruces, pero no con la kruz. Es un nuevo mar silencioso entre sus dos pares: Neruda y Huidobro, un paso a la izquierda y otro más allá, el que primero dieron ellos, los grandes fantasmas de la poesía chilena.

Parra es un aventajado de la Kapitanía General de Chile. Se konserva como la estrella solitaria. Juega póker con Hamlet, y se distrae con sus monólogos frente a un tablero de ajedrez vacío. Sólo le queda apostar contra sí mismo y que lo hace muy a menudo. Ya no viaja, dice, al parecer gira sobre su propio círculo, kavando un pozo para su nueva retórica, komo el taladro sobre el asfalto.

Poco visitado, poeta solitario, anakoreta, Parra es su propio bumerang. Ha sido tan parriano como ha podido. Fiel a sus uvas. Hay que conocerlo para saberlo.

A los 91 años, kumplidos en septiembre, decidió lanzar, sus obras completas; a la semana siguiente, si aún le keda kuerda, escribirá un Opus para seguir con la leyenda, ke puede haber una Obra Gruesa, pero no kompleta.

Parra no sólo es un poeta vivo, sino vivazo. Reenkarnado en Rojas Jiménez, Romeo Murgas, Carlos de Rokha, Omar Cáceres, Rubio, se ha propuesto sobrevivirnos a todos y de seguro nos prepara un antipoema para lanzarnos como uno de sus artefactos si fuéramos el hombre imaginario.

Parra no se kompondrá ya a estas alturas… ni hace falta, dirá. Está aferrado con dientes y muelas komo un recién nacido. Su mirada es la de un águila que no kree en la inocencia. Sólo un millón de homenajes después de muerto podría silenciarlo en parte; una katarata de aplausos como un maremoto; un alud de diskursos en la Sociedad de Escritores de Chile (SECH), a puerta cerrada. Un paseo por las afueras del Pedagógico de la Universidad de Chile, junto a los terribles Plátanos Orientales. Es inmortal el antipoeta.

Parra prefiere dar vueltas y vueltas entre paredes blankas con su kuaderno de notas. Le obsesiona, es drogadicto, dice, de la página en blanco.

Lo deskriben como un marciano con sus pantalones verdes. Parra no kree en cementerios. Ya Chile los ha tenido a lo largo y ancho, Norte a Sur, de todos los colores, sabores, dolores, horrores. En alguna esquina infernal de Chile, en otro sentido, con distintas motivaciones, alejado de toda antipoesía, Augusto Pinochet cuenta sus días. Es el autor de la Cueca del terror más larga de Chile, y que nos perdone el antipoeta. Ese huaso se fue de mano y klaveteó el gran ataúd de Chile.

Este es Chile, mi hermosa Patria.



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Parra es otra kosa. Un poeta con más vidas que un gato. No se le ve pasar bajo una eskalera desde sus días de infancia en San Fabián de Alico, kuando su hermana Violeta Parra se untaba el delantal con maki.

El antipoeta está en sus plenos kabales en una nueva aventura frente a la página en blanco. Según confesiones propias, desde 1987 que no edita, desde que publicó Hojas de Parra, y en kada intento vemos sorprendentemente que intenta apagar el sol con los dedos de una mano. Es Parra en su última retórika, un hueso duro de roer.

Parra no ha kreído en el límite de la imaginación, sí en el ejercicio, experimento per se en el poema (antipoema). Kalcetines guachos es su más reciente intento por decir, nombrar, poner las kosas a su manera en la página en blanco. Ese pan está aún en el horno.

Un Parra para el año 2007, disparando los kartuchos de un oráculo que se resiste a kedar ciego. El antipoeta vela las armas de la antipoesía, día y noche, en el blanco mesón de su posada:


Nikanor Parra


El antipoeta no está ciego como el Oráculo de Delfos,
vela la antipoesía en la noche de su última posada,
no deja rastros, no deja huellas, rastrea el poema,
enciende una vela a la próxima primavera,
oscurece el cuarto lo que del día le queda,
no cree en las ventanas y sin embargo las abre
a ciega, a ciegas se entrega a algún corazón
y se reconoce en el espejo de la hermana muerta.
No es profeta, no es carpintero,
es un soldador de palabras,
recicla en las noches lo que produce su nevera,
el poema crece bajo la tierra y nadie ve sus raíces,
inmenso sol rojo que sólo la amada reconoce.
Un astronauta que no vuela más allá de la parcela
del poema, siembra su luna, ciega el trigo negro
de su último invierno,
el antipoeta nunca llora.

Artes y Letras...
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