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viernes, septiembre 15, 2006

Afírmese las espuelas Y eché la manta pa' un lao'
Y cántese usted una cueca De esas pa' morir parao'
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En la vida real se llamó Eduardo Loyola Pérez.
No fue ni estudiante de agronomía ni menos vendedor viajero, como alguna vez se escribió en la prensa.
Lo del Guatón Loyola eran los remates y las ferias de ganado, donde pasó buena parte de su vida como martillero público y privado
y experto en corretaje de animales.
En eso estaba, descansando del trabajo en el casino del rodeo de Parral, cuando una noche de domingo de 1954 le dieron la frisca por botarse a valiente
y querer zanjar una discusión a combo limpio.

El Guatón Loyola era famoso por sus fiestas y su simpatía.
Rey de los rodeos, "a veces se quedaba días enteros en la ramada de la medialuna de San Fernando celebrando", dice Emilio Muse.
Era la época dorada de los vendedores:
cuando tomaban whisky importado,
se quedaban en los mejores hoteles y tenían al tren como su segunda casa.
El autor de la letra de la famosa cueca fue Alejandro Gálvez,
Veamos los hechos: el Flaco Gálvez, en esos tiempos, era funcionario de Impuestos Internos y ejercía el cargo de inspector de alcoholes.
Según amigos comunes, esto era como amarrar perros con longanizas.
Terminado el rodeo de Parral, Gálvez y Loyola bebían el trago del estribo,
en la fonda oficial, que ya estaba vacía de parroquianos.
En eso entró un huaso alto, membrudo pero muy borracho.
Se acercó al cantinero pidiéndole una caña de vino.
El barman, con buen criterio, se lo negó.
El frustrado cliente montó en la yegua cólera y le tiró un puñete, por encima de la barra del bar.
Felizmente el golpe no hizo impacto.
Cuando el cantinero quiso llamar a los Carabineros,
el Negro Loyola se lo impidió: "No, no, déjamelo a mí".

El Guatón Loyola era bueno para los puñetes y se tenía fe.
Cuando el huaso se dio cuenta de que lo venían a enfrentar, afirmó su espalda en el mostrador y comenzó a tirar las manos.
Los detalles del encuentro pugilístico, así como el resultado final, son ampliamente conocidos por el público, debido a los versos de Alejandro Gálvez, quien, cual moderno trovador, contó y cantó lo que había presenciado.
Cuando Gálvez le entregó la cueca a Los Perlas, conjunto chileno de muy feliz memoria, éstos le pidieron al Flaco que cambiara el nombre de Parral por el de Los Andes, haciendo así más fluido el canto.
Tanto Loyola, Gálvez como los dos Perlas han fallecido.
Del cantinero y del huaso maceteado nunca más se supo.
Con la vida que llevaban, es muy probable que Dios se acordara de ellos.
¡ Puñete que se perdía lo recibía el Guatón Loyola!
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Francisco Mouat
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