Free Cursors

viernes, diciembre 23, 2005



La medida de todas las cosas, de cada sentimiento, de cada emoción, es una palabra. La palabra justa. Las historias se miden en palabras, las cartas de amor, los testamentos, las imágenes se escriben con palabras. Cuando se dice que una imagen vale más que mil palabras se establece una autor referencia a cierto tipo de fotografía documental, a una fotografía esencialista que de alguna forma nos remite a un lugar sin palabras que definan la atrocidad, injusticia o miseria que se nos ofrece. Pero en la gran mayoría de las ocasiones una imagen necesita de las palabras que centren su sentido, no así su capacidad de emisión estética. El arte contemporáneo no se entiende sin el paralelismo de las palabras, e igualmente la fotografía actual es, en muchas ocasiones, una excusa para un discurso mayor, para una argumentación teórica. Las palabras siguen siendo el canal básico de comunicación. Palabras habladas y, sobre todo, escritas.

La palabra escrita, la frase, las letras que unidas de una manera concreta tienen un sentido y, lanzadas al aire y recompuestas en otro orden, significan algo diametralmente distinto, están presentes en la historia de las artes visuales desde siempre. Desde la escritura críptica de las culturas prehistóricas, desde los símbolos, grafismos y señales que originarían las palabras de hoy. Desde esas cartas que discretamente nos desvelaban en la esquina de una pintura quién era el personaje, cuál era la historia que se nos contaba. Las ilustraciones de los códices son, de alguna forma, una explicación de este maridaje entre el texto y la imagen, una vida paralela y complementaria que se desarrollaría por separado para unirse puntual y cíclicamente, desde el guiño esquinado en las páginas de un libro semiabierto en las manos del personaje retratado hasta ocupar toda la superficie de la obra. Sin olvidar la influencia recíproca de los graffitis de las paredes que se trasladan a la violencia de un lienzo tachado, manipulado, manchado, o la velocidad de los futuristas y su uso condensado y apilado de los textos, las lecturas parciales de palabras sueltas en los cubistas, las tipografías de los constructivistas rusos, los collages y fotomontajes de dadaístas y surrealistas, el letrismo y el tachismo, las marcas publicitarias y los iconos del pop Art., los archivos y documentos del arte conceptual, del land Art., de Fluxus...

Tal vez una imagen, a veces, pueda sustituir mil palabras, pero lo más habitual es que una imagen no tenga la capacidad referencial de una narración, de un texto. La creación de imágenes literarias, los ambientes inimaginables desde una percepción puramente visual que ha formado nuestra cultura y nuestra memoria, se basa en la palabra y difícilmente se puede polemizar sobre este tema. Entonces la imagen se debe desarrollar, como así ha sido, desde otro lugar obviamente no competitivo sino diverso, diferente. Buscar otros lugares en la piel de la imaginación y de la inteligencia.

Palabras escritas, tatuadas, fotografiadas, robadas. La palabra como explicación, como justificación y también como engaño. En la actualidad son muchos los artistas que hacen uso en sus obras de palabras o textos al margen de reglas, por supuesto no escritas. No intento hacer un índice definitivo, solamente destacar algunos posibles, algunos improbables, otros increíbles, artistas que hoy escriben con imágenes, hacen de sus obras textos explícitos, a veces cartas de amor, a veces señales de humo, textos paradigmáticos de un mundo en el que sobran las palabras aunque falte comunicación, en el que las imágenes nos invaden de tal forma que las palabras pueden venir a nuestro rescate.
Como los subtítulos de una película extranjera, las palabras nos traducen los sentidos y los sentimientos, nos ayudan a establecer una relación, alguna relación, con las imágenes o con la ausencia de las imágenes, nos conectan con las claves que generan las emociones. A veces esas traducciones no están directamente en nuestra propia lengua, nos guiamos a ciegas por callejones en los que repentinamente surge alguna luz. La intuición a veces es suficiente, incluso imprescindible. Otras veces, sin embargo, la palabra es la luz y la explicación.

La relación de la imagen fotográfica y la palabra es diferente, y está influida no sólo por la tradición de la pintura sino del cine y del vídeo, y sobre todo de la realidad. Nuestra vida moderna en las ciudades está coronada por un cúmulo de palabras que flotan en el aire solucionado sobre nuestras cabezas: letreros con informaciones de todo tipo, pintadas callejeras, paneles publicitarios, carteleras de cines y teatros, palabras...y el cine, la fotografía y el vídeo, se crean y desarrollan en estas babeles de signos y significados entremezclados que inevitablemente forman parte de su propia materia. Desde el origen de su historia, la fotografía, ya fuera en Alemania, la antigua URSS o los Estados Unidos, no puede evitar la presencia del texto, bien en narración, frase y contenido de significado, bien en grafismos, fragmentos, letras sueltas. El siguiente paso es, directamente, no evitarlas sino atraparlas, incluirlas en la obra. Y desde entonces no se ha parado, como un continuo que pasa por la anotación, la revisión de artistas anteriores, los retazos de autobiografías, la narración de historias, reales o ficticias, la irónica reutilización del cartelismo y de la publicidad. Narración y fotonovela, educación y ética discursiva, investigación lingüística y codificaciones digitales, humor e ironía, arabesco y esteticismo, todos estos elementos se encuentran en la fotografía con textos. Y también una fuerte carga de crítica social, política y económica, un cerco al lenguaje del poder desde el poder del lenguaje, y con ello, un desarrollo de esos sentimientos que la literatura siempre ha convertido en protagonista de sus historias: las historias personales y particulares de gente como nosotros mismos.

Historias de amor, de soledad, historias absurdas como absurda puede ser la vida misma. Todo se cuenta, todo se traslada con la imagen a esos fragmentos de nosotros mismos en los que se convierten algunas obras de arte que aspiran a permanecer en nuestra memoria. Un silencio, una separación, en la que se recuerda que alguna vez hubo amor -Duane Michals-; la definición de la belleza expresada por ciegos de nacimiento -Sophie Calle-; las sensaciones inasibles que sólo las palabras pueden alcanzar a explicar: te llevo, te siento, te huelo en mi piel -Jenny Holzer, I smell you in my skin -... Historias que son imágenes, recuerdos, pero también sensaciones, sobre todo sensaciones. Se necesitan las palabras, palabras que lleguen más allá, que continúen hasta el temblor lo que empieza en la atracción de una imagen, de una luz, de una sorpresa.

Para decir todo esto, para explicar que una imagen puede ser suficiente, en otras ocasiones necesaria y muchas veces incompleta, hacen falta las palabras. Para decir que una imagen vale más que mil palabras necesitamos palabras. Exactamente siete palabras.


Simplemente, io